discurso


La materia del príncipe debe estar constituida por la misma substancia de la que están hechas las promesas.El valor de la promesa no ha de estar dado por su cumplimiento, sino, al contrario, por su dilación indefinida en el tiempo.Una promesa cumplida genera en el vulgo, al contrario de lo que se indicaría en el sentido común, una profunda decepción

No existe obra más magnánima que aquella que reside en la imaginación.La realidad nunca puede superar en perfección a la idea.De manera que cuando más ideales e irrealizables sean las promesas,tanto más fuerza tendrá en las ilusiones del vulgo. Siempre será mucho más tenido en estima aquel que se presente como un idealista soñador que el que concrete sus obras, que irremediablemente, siempre se verán más torpes y deslicidas que la idea que de ellas había generado.
Una mujer siempre es más bella, más sublime y deseada mientras nos es ajena.Su encanto disminuye ni bién conseguimos tenerla en nuestros brazos. A tal punto esto es innegable que las propias tablas de la leynos prohíben, no ya la mujer del prójimo, sino el propio deseo sobre ella.
Un objeto nos será apetecible cuanto más se dilata nuestra espera y al contrario, se desvanecerá el interés sobre él tan pronto como lo poseamos.


la figura del príncipe deberá obedecer a este principio.Tendrá que entregarse al vulgo con la misma etérea perfidia de una mujer fatal.Alternativamente deberá mostrarse enemorado de sus súbditos y al dia siguiente, evasivo y escurridizo del fervor popular.
Nunca un amante debe mostrarse posesivo o mendicante del amor. El príncipe debe mostrarse como el amante perfecto:si para conservar le estima del vulgo tiene que posoner el cumplimiento de una promesa, habrá de estar dispuesto, también a privar al vulgo de su propia presencia para hacerla defiitivamente más deseable

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